Doscientos cuarenta y cuatro días de un plumazo

Pero, ¿qué diablos ocurre aquí?

¿Cómo es posible que hayan pasado doscientos cuarenta y cuatro días desde las últimas fiestas de navidad y dentro de 122 días estaremos repitiendo la misma escena?

¿Dónde está escondido el acelerador de partículas?

¡Será posible!

Cuantos más años cumple un humano, más rápido pasa el tiempo.

Mi sabia deducción es que al tiempo que queda le quitan tiempo o, ¿de qué va todo esto?

¿El tiempo es relativo? Pues no sé qué responder. Seguro que los físicos teóricos te darían una explicación razonable para que te quedaras boquiabierto de orejas.

Silvia Oller, en su artículo de la Vanguardia de septiembre de 2019, destaca que el tiempo es el mismo para todos, pero la forma en que lo percibimos varía en función de muchos elementos.

Vale, ¿y?

¿Con esa afirmación, qué quiere decirnos, porque yo me he quedado igual que antes de buscarla en internet?

¿En función de qué elementos?

No lo sé.

Lo único que se me antoja pensar es que todo es relativo. Un minuto no dura lo mismo aquí, en casa, escribiendo que frente al reloj del trabajo cuando has de fichar para pirarte. El minuto es el mismo. ¡Ya, y un huevo de avestruz!

Por hacer una comparación entre la meta de una carrera y el reloj de fichar de un trabajo, en las carreras de velocidad, la distancia entre el primero y el segundo se mide en milésimas y eso dura un suspiro, en cambio, en el trabajo todos los participantes se colocan apelotonados frente al marcador y un minuto dura media eternidad.

Entonces, analizando esta situación, ¿podemos deducir que el tiempo dura lo que aguante la paciencia del que mira el puto reloj?

Se lo preguntaré a un físico-teórico para que me dé su punto de vista.

1 comentario en “Doscientos cuarenta y cuatro días de un plumazo”

  1. Un microrrelato a tiempo

    Pensaba si la vida tenía sentido para que tenga que acabar con la muerte. Últimamente, le rondaba por la cabeza en todo momento.
    Creía con firmeza que no hay ningún objetivo en la misma existencia de todo. Estaba muy lejos de un ideario determinista donde todo tiene una razón de ser; y con la convicción que todo lo que nos rodea, el universo y nosotros mismos dentro de él, somos pura casualidad en un espacio-tiempo en el que coincidimos para no ir más allá del poco tiempo que tenemos para transcurrir en la coincidencia.
    Entonces, un rayo de causalidad lo llevó al bar de la esquina para tomar una cerveza fresquita. Y se olvido del tiempo.

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