Amaneces feliz un sábado por la mañana.
Es una buena hora para levantarse.
Tienes cosas que hacer, pero sin ninguna prisa. Total, es sábado.
El desayuno: un buen café, dos magdalenas, un poco de agua.
Piensas.
—Vale. Pasaré la aspiradora. Ahora, mis gatos correrán por la casa como posesos.
—Listo. Todo ha quedado estupendo.
Miras la hora.
—Vamos bien. Tengo tiempo.
Escribes tu relato de la mañana: ¿Por qué es más caro?
—Me gusta.
Navegas un rato por internet para coger nuevas ideas.
—Ostras! Tendría que tirar los cartones y dejar en el cajón de Humana esos cuatro jerseis.
—Aprovecharé para ir un momento al súper.
Vuelves a casa y miras la hora.
—Perfecto. Es un buen momento para prepararme un vermutillo.
—Aprovecharé para tomar un rato el sol en la terraza.
—Coño! ¿No decían que hoy iba a llover?
Organizas la comida.
Navajas a la parrilla, olivas negras de Aragón, un poco de queso de cabra, bañado con una Budweiser.
Hasta aquí todo va sobre ruedas.
Es hora de la pedicura. Te cortas las uñas en la terraza, pero antes buscas un cuenco porque no te gusta dejar brozas.
Tus gatos te contemplan entusiasmados.
—Un día de estos tendré que pedir hora para el podólogo.
Ya lo tienes todo recogido.
Un poco de lectura.
Te coge sueño.
—Haré una mini siesta.
Tus gatos también se apuntan.
—Hacía tiempo que esta muela no me tocaba los huevos… ¡Coño con la maldita!
—Tendré que pedir hora para el dentista.