Hasta no hace mucho creíamos que un amigo nuestro, sufría el síndrome de Diógenes. Por suerte, no es así, ya que para cumplir los requisitos de un Diógenes, este amigo está bastante lejos de padecerlo.
En cambio, buscando información de por qué tiene la necesidad de guardarlo casi todo, cosas que seguramente en su vida, no las vaya a necesitar para nada e incluso, cosas que de guardarlas tanto tiempo, se han estropeado y sin embargo no se deshace de ellas, he dado con una palabra que no había oído en mi vida.
Se trata de la Disposofobia o trastorno psicológico que algunas personas desarrollan y agravan con el tiempo, que consiste en una necesidad obsesiva-compulsiva por acumular cosas. Son incapaces de tirar lo que han recogido, aunque no tenga ningún valor o utilidad.
Te querrá convencer de que seguramente alguien lo necesitará en algún momento o que lo guarda por si se estropea tal cosa y así tendrá un recambio o simplemente lo guarda porque «nunca se sabe».
Hasta no hace mucho, pensábamos que era un Diógenes porque, en esa ingente acumulación de cosas, algunas rozaban el desperdicio, pero, como he comentado antes, por suerte no es así.
Lo que sí es preocupante es por qué tiene cuatro o cinco electrodomésticos almacenados? ¿Por qué tiene dos o tres equipos de osmosis?, uno de los cuales sabemos que no funciona porque nos lo dijo ayer. Centenares de cajas con enchufes, tornillos, arandelas, tuercas, herramientas, tubos, cables, más de un microondas, muebles, estanterías un tanto perjudicadas, cajas llenas de dvd o fascículos de «vaya usted a saber».
Una puerta sin cristales por si acaso puede hacer tal cosa, dos colchones enormes que lo mejor hubiera sido tirarlos al vertedero y no lo hace porque igual le sirve a alguien cercano a él.
Es evidente que a nuestro amigo lo queremos un montón, pero deberíamos ponernos manos a la obra y averiguar por qué tiene esa deria, esa manía de guardar cosas que no sabe siquiera que las tenía por ahí, debajo de un montón de paquetes que no había echado en falta desde hacía un siglo.
A todas las personas de mi entorno, nos encantan los animales. Quien más quien menos tiene perros, gatos, algún pajarito e incluso, como yo, tres spiders en la cocina que viven la mar de felices y que no se me mal interprete o que piensen que no tengo corazoncito, pero ¿quince gatos en casa con los consabidos aromas que producen?
Si pudiera, tendría una casa con un terreno enorme y un montón de animales. Un refugio para cuidar a todos esos animalicos que la vida no ha tratado bien, pero al menos estarían en un terreno grande, muy grande.
El problema aparece cuando esos quince felinos están dentro de una casa que, por más grande que sea, no pueden ir al exterior por miedo a ser atropellados o que se pierdan por ahí.
Parece el arca de Noé.
Ayer, tocaba ayudar incondicionalmente a nuestro amigo. Ayer nos poníamos los guantes de operario de mudanzas y entre unos cuantos hicimos tantos viajes como fue preciso para vaciar dos casas y llevarlo todo a un local bastante grande que, de seguir este ritmo, en breve dejará de serlo, para convertirse en una especie de rastro, con cachivaches bastante peculiares.
Nos dieron las nueve y pico de la noche y dimos por finalizada la jornada de mudanzas. Eso sí, aún quedarán muchos días y muchas furgonetas que llenar hasta arriba.
Para mi curiosidad, parece que falta por vaciar «absolutamente» la enorme casa en la que viven los quince gatos y tres perros, además de dos casas que tiene la familia.
¡Ah! Se me olvidaba, también se ha de vaciar un local en el que tiene una flota de coches para arreglar.
Por cierto, mi amigo es un buen mecánico; lo digo por si alguien necesita que le arreglen el coche.
Si puedes leer en inglés, te recomiendo dos libros: «Digging out» para allegados de personas que acumulan, y «Buried in treasures», libro de autoayuda para la persona que padece el problema.