Diecisiete grados

Es una barbaridad. Estamos en invierno, en diciembre, acabando el año, y no se le ocurre al clima nada más original que tenernos a todos los seres vivos de esta parte del hemisferio, a la temperatura de diecisiete grados.

No recuerdo un invierno tan cálido como este desde hace décadas. No solo es un despropósito para la fauna y la flora. También lo es para mí que soy esquiador y además, egoísta. Si en breve no cae una nevada del quince, ya me veo esquiando en las dunas de Merzouga.

Ya lo dice el refrán: nunca llueve a gusto de todos. Yo, que soy más de invierno que de verano, me preocupa mucho que no nieve. Si no hay nieve, no puedo esquiar. En primavera no se derretirá el polvo blanco para incorporarse a los ríos, a los embalses y por ende, en verano hará un calor del copón bendito santo.

Los amantes del buen tiempo, del solete, de los largos paseos por la playa, están encantados de la vida. Encantados de este veranillo de san no sé quién. Acaso ese veranillo de san no sé quién, ¿no fue en noviembre o para variar, estoy despistadísimo y toca ahora, entre diciembre y enero?

En todo caso, hace demasiado calor para la fecha en la que estamos. Demasiado.

Si hoy, 28 de diciembre, a las seis y media de la tarde, la temperatura exterior es de quince grados, ¿qué pasará en semana santa, que el próximo año cae en abril? ¿Tendremos aguas mil o seguiremos con la tónica de las altas temperaturas?

Mi cuñado me recuerda constantemente que nos vamos al garete. Visto lo visto, no me extrañaría ni un pelo. Calor al mediodía y un poco de fresca por la noche. Esa fresca que se asemeja más a la que hace en primavera cuando desaparece el sol y una rebequica no molesta en absoluto. Pero ahora, en diciembre, lo encuentro una locura de la madre naturaleza.

Le echamos la culpa a la naturaleza y estoy más a favor de ella de lo que te puedas imaginar. La culpa, la verdadera culpa, es de los humanos, con sus inventos, sus locuras de grandeza, de destrucción, de deforestación. Ellos sí que son los verdaderos culpables de que el clima se haya vuelto tarumba.

nota del autor

De todas formas, hace más fresco en mi casa que en la calle. Quizás será porque los cristales de las ventanas no son climalit y, además, son de los años sesenta. ¡¡¡Ja hi pots comptar!!!

Hasta la noche no he de bajar a la calle y únicamente será para echar la basura. Estoy convencido de que, alrededor de las diez, me encontraré a más de uno en manga corta.

Diecisiete grados

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