Diálogos íntimos

No se trata de un libro de autoayuda, ni de una novela que roza el erotismo.

Esta mañana, tenía cuatro recados que hacer por el pueblo y se me ha ocurrido este título, además de otros como «conversaciones privadas», «hablar en silencio», «diálogo con uno», pero me ha gustado mucho más éste.

De día, trabajo frente a una pantalla. De noche, conduzco una furgoneta de seis metros, en cuyo interior hay un depósito de agua de mil litros.

En ambos casos, trabajo solo.

De acuerdo. Hablo con las personas adecuadas, en el momento adecuado. Pero ya está.

Me gusta hablar conmigo en voz alta. Me pregunto cosas y espero una buena respuesta.

No siempre es así.

A veces, dependiendo de lo que esté haciendo, igual tardo en contestar. La impaciencia hace que me responda con un —¡Te quieres esperar un momento! Estoy pensando…—

Frases como:

—(A) Acuérdate de comprar las patatas cuando vayas al súper.
—(A) Que sí. Que ya me lo has dicho tres veces.
—(A) Ya, pero te conozco y al final te olvidarás.

Y te olvidas.

—(A) Venga chaval. Hoy te invito a comer. Así te tocará un poco el sol. ¿Te parece bien?
—(A) Y tanto.

Diálogo con otro:

—(A) Hola.
—(A) ¿Podría reservar una mesa? Digamos que… para las dos.
—(B) ¿Cuántos sois?
—(A) Uno.
—(B) ¡Así que uno a las dos!

Y piensas para tus adentros: —¡muy graciosito el nene!

En el trabajo, muchas veces, tengo la sensación de que no pasaré con la furgoneta por aquella calle.

—(A) Le voy a dar. Le voy a dar. Ya verás.
—(A) Te lo dije. Nunca me haces caso.

Y le das.

Suerte que era un golpe de la rueda contra el bordillo.

Me cuesta girarla. No tengo pilladas las medidas.

—(A) ¿Y si pasas la manguera entre esos dos árboles?, quizás te alcance para llegar hasta aquél portal.
—(A) No lo tengo muy claro. Seguramente tendré que volver sobre mis pasos y dar la vuelta por allí…

—(A) Esta tarde, después de la siesta, a ver si estudias un poco de inglés. Haces el resumen aquél y escuchas los videos. ¡Vale!
—Que sí, hombre. Qué pesadilla…

Podría escribir páginas y páginas de diálogos íntimos, pero son las 13:40 y me he invitado para comer a las 14:00 conmigo.

He de vestirme, ponerme los zapatos y tocar el dos. Ya veis, uno tocando el dos.

—(A) Muy graciosito tú…

Wow!, una comida improvisada

Como ya sabéis, tenía reservada una mesa para uno a las dos y hace tan solo tres minutos, he recibido una llamada de la persona adecuada, en el momento adecuado.

Seremos cuatro bocas humanas para comer, a las 14:30 h.

Las improvisaciones me encantan, sobre todo si son bocas que pertenecen a mi adorable sobrina, su adorable company y mi sobrino-nieto.

—(A). ¡Ostras! Quién te iba a decir hace cinco años que tendrías un sobrino que sabe más de dinosaurios que el museo de la ciencia de Barcelona.

Recuerdo que mi hermana mayor fue con mi sobrino al Caixa Forum (o a otro sitio; da igual). La cuestión es que mi hermana leía los cartelitos en los que ponía el nombre del animalico en cuestión y mi sobrino dijo: —No, yaya. Eso no es un «brontosaurio felipense. Es un equisaurio londinense».

Es evidente que los nombres me los he inventado porque no tengo ni idea de cómo se llamaban esos bichos, pero mi sobrino sí.

Pues eso. Hoy, mi comida sorpresa, mi regalo por tener fiesta este finde, que se presentaba como otra comida de las que me regalo de tanto en tanto, se ha convertido en una velada que seguro, se presenta excelente.

Las veladas no tienen por qué ser de noche; yo las disfruto cuando me da la gana.

—(A) ¡A que sí, chaval!
—Que sí, tío. Pero que broncas te pones cuando estás contento…

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