Ocurre en muchas poblaciones con un marcado estilo turístico, de playa, pintorescas, rodeadas de nieve, históricas… da igual el lugar.
La avaricia humana, la estupidez y la corrupción son el resultado de una fórmula destructiva que lo envenena todo.
Paisajes que, muy probablemente, hace más de cuarenta años eran bellos parajes, lugares de ensueño, que rebosaban paz y tranquilidad, se han convertido en verdaderos enjambres de casas, bloques de pisos o chalets de lujo al alcance de unos pocos. La cuestión es invadir el paisaje y destruir el entorno de una forma enfermiza, difícilmente de recuperar, para los restos, el equilibrio natural.
Recalificaciones rústicas con sobres de por medio, han hecho proliferar en estos últimos cuarenta años, vecindarios fantasmas que solo cobran vida dos meses, como máximo. El resto del año, se parecen más a los restos de Chernóbil, pero sin haber padecido un escape radiactivo.
La Cerdanya es un ejemplo bastante característico de este tipo de invasión del ladrillo, la madera y la piedra.
Parajes que antaño eran pasto para el ganado, se convirtieron en urbanizaciones de casas sin alma, vacías casi siempre, para disfrute y recreo de cuatro privilegiados. Gentes sin escrúpulos que han preferido satisfacer sus caprichos egoístas, prescindiendo del entorno.
Cuantas más urbanizaciones fantasmas, más despilfarro.