1980. Más feliz que una perdiz con mi Minolta y el zoom Hoya, todos los martes a las diez de la mañana, quedábamos mi amigo Joan Albert y yo, en las Ramblas. Más concretamente, en el Zurich de antes. El genuino.
Cada martes nos íbamos de safari fotográfico por Barcelona con la mochila repleta de carretes. Aunque la ruta no estaba estipulada, acabábamos casi siempre en la zona del Moll de la Fusta o en los tinglados del Puerto.
Casi siempre disparábamos con película en blanco y negro de la ya desaparecida marca Negrapan 21 que, días atrás, preparábamos en nuestro laboratorio casero Un metro y medio aproximadamente eran unas 36 fotografías. La consigna era forzar a 400 ASA costase lo que costase.
Cuando tuvimos la oportunidad, saltamos al color. Ektachrome 64, para los amigos Ekta 64. Carretes de diapositivas que nos duraban «na y meno» o más de tres días. Un carrete podía desaparecer en 15 minutos si estábamos inspirados o tres días si no estábamos en nuestro flow. No habían reglas. Era cuestión de pasarlo bien.
El Ekta era un tipo de película muy agradecido. Se adaptaba bastante bien a casi cualquier tipo de luz, dentro de nuestras posibilidades.
En aquella época, hacer fotos era toda una aventura. Quedar con mi amigo. Pasear. Tomar fotografías. Con las de blanco y negro, la sorpresa para contemplar los resultados llegaba antes. Las revelábamos nosotros. Cuando podíamos, se compraba papel Ildford Pan F50 si el bolsillo lo permitía. Y sino, tirábamos de papel Negra que también daba buenos resultados.
Con las diapositivas era distinto. Se llevaban al laboratorio fotográfico y hasta que no volvían de Madrid, sí, sí, de Madrid. Las máquinas de revelado de los carretes Kodak sólo estaban allí. Pues eso. Cinco días o seis, dependiendo del día que llevabas el carrete a revelar, eran los que nos separaban del éxito o el fracaso. Si las fotos habían quedado bien, no nos importaba haber gastado las tres o cuatro mil pesetas que podía costar un revelado.
Si las fotos eran una mierda, la frustración era tremenda. —Hemos pagado una pasta por esta porquería. Lo importante, en el fondo, era pasarlo bien. Y así, hasta el siguiente martes.
Qué tiempo aquellos en los que esperabas resultados, no como ahora que todo es inmediato.
Siempre nos quedarán en la memoria los largos paseos de safari por los tinglados del Puerto que ya han desaparecido. Aquel olor a mar. Aquellas redes de pesca amontonadas por las que sobrevolaban las gaviotas las cuerdas gruesas de los barcos pesqueros que iban y venían.
No tengo ninguna fotografía en papel de mis aventuras con Joan Albert, pero lo que sí que conservo son esas fotografías en mi mente.
Después de la Minolta vinieron otras máquinas, cada vez con más recursos. Aún analógica pero con motor, la Ricoh y luego las primeras digitales.
La Ricoh XRX, seguía siendo una cámara analógica pero disponía de motor para hacer tomas rápidas.
Mi primera cámara digital, la Nikon Coolpix 5400, se la compré al gerente de la agencia en la que trabajaba.
En 2005 compré esta Canon EOS D400. La primera que tenía un sensor eléctrico para limpiar el polvo de la cortinilla.
Cuando cumplí cincuenta años, mi hermana me regaló una Panasonic Lumix, con óptica Leica, una de las mejores ópticas del mundo. Me hizo mucha ilusión. Ahora esta máquina ya no chuta tan bien como antes y la uso sólo cuando estoy escaso de luz, ya que la óptica es muy luminosa.
Aunque ya está bastante desfasada, la óptica Leica sigue siendo una de las mejores del mundo.
Aunque Epson lanzó su primera ML en 2004 no acabó de cuajar y fue Sony en 2010 cuando se impuso en el mercado.
Y este 2020, un amigo fotógrafo me dijo: —o la compras tú o la compro yo… Me habló de estas «nuevas» MirrorLess tan ligeras, compactas, que hacen fotos con tropecientos mil pixels y video en HD con una calidad asombrosa. Total, que en abril, adquirí una Sony Alfa 5000.
Y hasta aquí, de momento, mi aventura con las cámaras fotográficas.
Pero…
¿Y los móviles? Cada vez más sofisticados, más potentes y con unas ópticas para hacer fotos, que te dejan patidifuso. De hecho todas estas fotos están hechas con el móvil. Entonces, ¿para qué tanto rollo con las cámaras?
¿Dónde iremos a parar? Eso no lo puedo responder, aún.