En casa, siempre hubo dos despertadores. Uno en la habitación de mis padres y el otro en el pasillo. Este segundo, debía despertar a los hermanos. En teoría, claro.
La primera que se levantaba de la cama era mi madre. Ni de lejos pienses que era para preparar los desayunos. Salía pitando para llegar al trabajo antes de las 6:50 a.m.
Tenía dos ventajas enormes: no le costaba ni un gramo levantarse y el trabajo estaba a tan solo 15 minutos de casa, caminando.
El segundo, era mi padre. Aunque ya había deambulado por la casa, durante la noche (para hacer pis unas veinte veces), su horario oficial para ponerse en marcha era a las 7:00 a.m.
Mi padre sí que hacía los desayunos, que constaban de leches varias, colacao o café, según la edad del humano, algún bollo o croissant, si sobraba de otro día y para de contar. Los bocadillos, que los hacía mi madre en plan industrial, se preparaban siempre la noche anterior… y, a la nevera.
Mi padre nos bajaba a la calle a las 7:30 h, porque pasaba el bus del cole por debajo de casa. Más de una vez, alguno de nosotros se quedaba pegado a las sábanas y él tenía que hacer de «autobusero».
Tendrían que pasar muchos años para que solo hubiera un despertador en casa. Eso sí, el que resistió a los recortes fue el del pasillo. El otro se jubiló. Creo que la última vez que supimos de él, estaba tomando el sol en Benidorm.
Desde hace unos años, al menos en mi caso, utilizo el móvil como alarma.
Ni una, ni dos, ni tan siquiera tres. En mi móvil tengo programadas cinco alarmas oficiales. Cada una cumple su cometido.
Todos los jueves, a las 6:05 a.m. suena mi favorita: «la Masella». Me levanto sin pensármelo dos veces. Me visto y preparo la bolsa. A las 6:30 a.m., pasa a recogerme mi cuñado.
Nos vamos a esquiar.
Las otras también son importantes, pero no tan divertidas.
Trabajo de noche, así que mi alarma con el título Levantamme, suena todas las mañanas, a las 10:00 a.m.
El domingo también, pero en este caso, después de decir algún que otro improperio, ¡¡¡lo apago con un gusto!!!
Para el curro, el título de mi alarma es «vestimme pa imme», a las 9:45 p.m. Me pongo el equipo y con calma, me dirijo al garaje a buscar la moto. Diecinueve minutos más tarde, estoy aparcando en el trabajo. Mi horario laboral es de 10:45 p.m. h a 3:45 a.m.
Sin excepción, todos los días, desde el pasado 24 de julio y creo que ya, para la eternidad, suena otra alarma con el título: «sintron ni son», a las 7:30 p.m.
Una alarma que la tengo un poco abandonada es: «gimOno», a las 7:00 p.m. Cuando no es por un pito, lo es por una flauta, la cuestión es que hace más de un mes que le hago el vacío. Ni p… caso.
¿Adivinas para qué me avisa?
Pues eso: sin comentarios.
Supongo que no me dejo ninguna.
Otras son itinerantes, puntuales, para recordarme de este o de aquel evento al que no puedo faltar.
Espera. Un momento. Me ha parecido escuchar una alarma en la cocina.
Voy a mirar de qué se trata…