¿No sabes qué hacen tus gatos por casa mientras estás ocupado en la cocina preparando la comida, en la ducha o poniendo orden en la habitación de la entrada?
Te doy una solución gratuita. Es lo más.
Contrata a dos pintores para que le den una capa a los techos de la cocina y del baño por dos motivos básicos. El primero, porque después de cinco años de vivir en la casa, ya tocaba y el segundo porque no paraba de crecer el musgo por culpa de la humedad.
Gracias a la fina capa de polvo que se formó ayer en toda la casa -y eso que cerré las puertas-, a mis gatos se les quedó impregnada toda la polvareda en sus inocentes almohadillas, con el asombroso resultado de saber, en todo momento, por dónde pasaban, subían y brincaban, los peludos.
Aunque pases la escoba, la aspiradora y limpies el suelo como si hiciera un año que no le dabas a la fregona (mmm), el polvo se queda flotando en el aire durante N tiempo. Ese polvo que molesta en los primeros minutos, pero que una vez respirado, te haces con él. En ese polvo está el truco.
¿Para qué sirve entonces? Para delatarlos.
Como todas las mañanas, entro en el despacho, pongo en marcha el ordenata, ojeo el cuaderno en el que apunto todas las ideas que luego usaré para escribir mis relatos y, ¡alehop!, cuento dieciséis almohadillas repartidas por el sobre de la mesa.
Un detalle interesante a tener en cuenta. El gato es más grande que la gata. Las huellas marcadas en la mesa eran grandes. Así que, por descarte, el intruso ha sido el nene.
¿Qué listo el tio! Se pensaba que no lo iba a pillar.
Tarde o temprano, el polvo desaparecerá y será más difícil que se delaten los michis, pero mientras eso no ocurra, es muy divertido observar por dónde se meten y las vueltas que dan.