Sé que hay gente con la mente muy sucia que, seguramente, estará pensando lo que, probablemente, haría yo también, y eso que soy el que escribe esta historia, sabiendo de antemano, cosas que vosotr@s no podríais imaginar.
Ayer era mi último día de contrato de sustituciones de verano.
Como ya he comentado en otros posts, empecé a trabajar para FCC en agosto de 2019 y me han ido llamando cada cierto tiempo.
Agradecido infinitamente.
Ayer, día 30, era mi última noche y mi jefe me preguntó si podía enseñar a un compañero las artes ancestrales del baldeo y limpieza de esos contenedores de colores que descansan impertérritos, en casi todas las poblaciones del mundo.
Por lo menos, en casi todas las poblaciones por las que me he movido.
—Por supuesto. Le respondí.
—Sabes que siempre podéis contar conmigo.
Me presentó a un tipo flaco, alto como un pino. Mochila al hombro. Mascarilla. De buen parecer.
Nos presentamos.
—Hola. Me llamo Medín.
—Hola. Yo soy Xavier, pero puedes llamarme como quieras.
Preguntas de rigor como:
—¿Catalán o castellano? ¿En qué prefieres que hablemos? Le pregunté.
—Es indiferente. Como quieras. Me respondió.
La ventaja de los catalano-parlantes es que no tenemos ningún problema a la hora de cambiar de un idioma al otro. Ya me gustaría cambiar a dos o tres idiomas más, pero esto es lo que hay.
Le expliqué los protocolos a realizar antes de empezar el servicio.
No hay trucos. Solo recordar el guión de los pasos a seguir y listos.
Niveles de agua, aceite, gasoleo, líquido refrigerante y para de contar.
Rellenar el parte del servicio con los datos reglamentarios y en marcha.
Nuestro jefe nos dio un par de instrucciones y nos fuimos a la carga. A la carga del primer depósito de la Hidro. Setecientos litros que se merienda en un momento.
Uno de los servicios, que se hace todas las noches, ya se lleva el solito los setecientos litros.
¿Por qué cuatro en una noche?
Veréis, personas de mente sucia, cuatro fueron las principales coincidencias de otras tantas que surgieron durante las cuatro horas que duró el servicio.
- Los dos tuvimos dos parejas con el mismo nombre. No sólo en cada caso, sino que coincidimos incluso en el orden.
- Él es de León, como los padres de mi primera ex.
- Se llama Medin, como la parroquia que había al lado de mi casa.
- Se mueve por instinto, como yo.
- Su hijo se llama Daniel, como mi hermano pequeño.
- Tiene una hermana de nombre Anna, como la mía.
- Le molan los temas de extraterrestres, como a mí.
- etc…
Es evidente que no se trata de un flechazo, a estas alturas sólo faltaría. Aparte de que a los dos nos gustan las churris.
El año pasado, cuando me tocaba limpiar los contenedores de una de las calles de la población en la que curraba, aparcaba la furgoneta justo enfrente de su ventana, sin saberlo, claro.
En fin.
Cada vez tengo más claro que las coincidencias son hilos invisibles que unen a personas de diferentes mundos, planos, tradiciones y por qué no, energías similares.