Ayer tocaba bajar en tren a la ciudad. Desde que la gasolina se puso por las nubes y que cada vez es más difícil moverse por Barcelona, prefieres bajar en tren antes que perder los nervios en alguno de los múltiples atascos que se producen por culpa de los otros.
Una furgoneta mal aparcada, la persona que pasa por donde no debe, el taxi que ha parado en seco para recoger a un cliente o cualquier otra martingala, han hecho que pierdas el interés por bajar en tu propio vehículo.
Había llovido la noche anterior y los cuatro bancos que hay, repartidos por el andén, estaban mojados. Siempre llevas pañuelos de papel en el bolsillo.
No estás seguro de nada, pero crees recordar que desde aquel constipado de febrero, te suenas mucho más que antes. ¡Serán las vacunas!
Secas solo el área donde vas a plantar el culo y tomas asiento. El tren llega con retraso. ¡Qué raro!
Se nota que eres un tipo detallista. Una mujer que llevaba el brazo en cabestrillo hizo el ademán de sentarse. Le advertiste que el banco estaba mojado.
Se quedó plantada frente a ti y sin saber ni cómo, ni por qué, durante un buen rato —lo que tardó en llegar su tren—, te metió un rollo de tres pares de huevos que aún hoy las orejas te están haciendo palmas.
—¿Por qué no me meteré en mis asuntos? ¿Por qué no mantendré el pico cerrado? —Te autopreguntaste en silencio.
Qué pesadilla de mujer, por dios.
Quizás fueron diez o quince minutos los que utilizó para hablar solo ella. Tú, en postura de «pongo buena cara, pero no filtro», aparentaste durante esos minutos que, por otra parte, se te hicieron eternos, estar atento a su conversación, mientras notabas que se te empezaba a humedecer el pantalón.
Por tu cabeza pasó como una flecha, el título del próximo relato: conversación húmeda, aunque más que conversación, la cambiaría por monólogo húmedo.
Y este es el resultado. Cuatro frases que salen del cerebro de Lucas, que me envía por email, para que las transcriba tal y como mi amigo sugiere.
Cuando me llamó ayer por la noche para explicarme lo de la conversación (mmm), en ningún momento tuvo el detalle de preguntarme si podía atenderle. Sabe que lo ayudaré siempre que pueda, pero un, qué sé yo… ¿Tienes un minuto?, hubiera sido suficiente.
Bueno, qué le voy a hacer. Lucas es así.
Divertida escena!
A mi me pasó algo similar por preguntar si estaba en la parada correcta para ir a cierto lugar.
La respuesta duró 40 min… y supe de las hijas, yernos, trabajos y muebles de sus casas.