Recuerdo una frase que me dijo una persona no hace mucho: «qué suertuda es esta mujer».
—¿A costa de qué? Le respondí.
La vida está llena de sorpresas. Unas más agradables que otras.
Dicen que si son positivas, nos colman, nos iluminan el alma, aunque sea por un instante.
Cuando la sorpresa es dolorosa, triste, una parte de nosotros muere. Se paraliza.
Seguro que habrás escuchado mil veces que el tiempo lo cura todo.
Depende.
Es cierto que si no lo cura, por lo menos lo anestesia.
Esa mujer «suertuda», por fin, se ha asentado.
Necesitaba un tiempo para ella. Debía encontrar su lugar en el mundo. Dónde recolocarse. Dónde empezar de nuevo.
Por suerte, para los suyos, el lugar en el que ha decidido empezar de nuevo está a ocho, cuatro y cinco minutos de distancia.
No tendrá que desplazarse demasiado para disfrutar de su familia.
Ha escogido bien. Un buen lugar. Una vivienda excelente. Nueva. Con mucha luz. Con vistas.
Mar y montaña, a un tiro de piedra.
Todo le queda cerca. Todos le quedan cerca.
Cuando se acabe de instalar, seguramente, montará una fiesta o quizás no.
Esta vez, la sorpresa será positiva, amable, cariñosa.
Sorpresas hay de todo tipo. En esta ocasión es de las buenas.
Sí, penséssim una miqueta més abans de parlar, poder amb dos segons ja hi hauria prou, poder, sols poder el món s’estalviaria d’escolta moltes bajenades, poder si la persona que la va qualificar de ‘suertuda’ hagués pensat un parell de segons, poder, només poder, hauria callat i aquest silenci hauria estat més ple de sentit que la seva desafortunada opinió.