Has leído bien. No es un error de escritura. Se trata del estrés que padeció la gata de Lucas durante una semana, como consecuencia de un accidente doméstico que ocurrió, sin querer, en su casa.
Los gatos domésticos que no viven en libertad, necesitan tener a su alrededor paz, control sobre su territorio y armonía con sus vecinos, es decir, el humano que vive con ellos y otros animales (perros, pájaros, arañas, etc.).
La gata y el gato son los verdaderos dueños de la casa. El humano está como de prestado aunque sea él quien paga los recibos. A los gatos ese pequeño detalle, importa poco.
El lunes, Lucas iba a aplicarse la pomada en una herida bastante fea que le había salido (no se lo digas a nadie…) hace más de dos meses, en la parte baja del tobillo. Era como una úlcera con agujero incluido que hacía un daño bastante desagradable. El enfermero le aconsejó que se pusiera un apósito, al menos, dos veces al día.
Como decía, el lunes por la noche, antes de irse al trabajo, se preparó para autocurarse. Abrió la lámpara de su habitación y antes de sentarse en medio de la cama para curarse, no sabe ni cómo ni por dónde, de repente su gato se había instalado en el peor sitio que podía estar: debajo de su enorme culo. Lucas chafó, sin querer al peludo.
El gato, como si le persiguiera el diablo, de un salto, salió pitando de la habitación en dirección a la entrada del piso. La gata se puso a maullar con fuerza y con un tono como de desesperación. Lucas salió en busca de su gato. Lo encontró acurrucado debajo de un mueble bajo, sangrando por la boca. Lucas se acojonó y se calmó inmediatamente. Ya te he dicho antes que los felinos necesitan calma en su territorio.
Pensó qué podía haber pasado. ¡Hostia!, exclamó. —¿Habrá sido el colmillo?, —pensó en un instante—.
Afirmativo.
Sam hacía mucho tiempo que tenía un colmillo dentro y el otro fuera de su boquita de gato maravilloso. Parece ser que el exterior estaba medio suelto por el motivo que fuera (Lucas no es veterinario ni dentista de gatos). De una forma bastante drástica, le hizo un favor más que una putada. Pero el precio fue demasiado alto.
No sé cómo se lo montan los gatos. Pasada menos de una hora del accidente, ya se le había pasado la hemorragia y tenía la boca en mejores condiciones. Eso sí, se relamía constantemente. Lucas, con un sentimiento de culpa latente en su rostro, no paraba de acariciar al gato que, entre el susto que llevaba encima el pobre animal y el cambio de actitud de la gata, estaba más acojonado que nadie.
La gata que hasta ese momento estaba rodeada de paz y tranquilidad, se estresó de tal manera que les empezó a bufar (no sé la expresión correcta) al gato y a Lucas. Histérica, corría de un lado a otro de la casa, tirando todo lo que encontraba a su paso. Cada dos por tres emitía ese tipo de maullido que vemos en . Se entabló un diálogo felino entre ambos y ella, irascible, irreconocible y, probablemente, más acojonada que el gato, no paraba maullar a la desesperada.
Lucas, preocupadísimo por la situación, no sabía qué hacer para calmarlos. Intentó ponerse del lado del accidentado, sin dejar de observar a la enfurecida.
Había llegado la hora de marcharse al trabajo y con el corazón en un puño, no tuvo más remedio que irse.
Han pasado cinco días y por fin, después de una intensa semana, parece que el río ha vuelto a su cauce.
Los gatos están exactamente igual que antes del suceso. Juntos, enroscados uno encima o debajo del otro, según como lo mires. Dándose calor como dos amiguitos que necesitan de sus mimitos, que se buscan. Lucas, más tranquilo, me ha llamado por teléfono para explicarme esta anécdota que estás acabando de leer.
Y colorín, colorado, este estrés post-traugático se ha acabado (con final feliz, por suerte).
Así como yo, los gatos son animales fácilmente estresables.