Entre doce y trece años. No lo sabemos con certeza, pero por ahí andarán las cifras.
—¿Tanto tiempo hace que no nos vemos? ¿Estás segura?, —le preguntaba Lucas a Astrid con los ojos como platos.
—Es bastante probable. Piensa que el tiempo pasa tan deprisa que, cuando menos te lo esperas, te has comido el protector solar de doce o trece veranos.
Da la sensación de que soltar cifras de esas magnitudes resulta divertido, pero si lo piensas con la cabeza bien fría, te das cuenta de que no es así. Crees que el tiempo se puede sujetar con una cuerda, como si se tratara de un caballo que lo amarras en un poste para que no se escape galopando, pero ni es un caballo ni lo puedes domesticar.
Lucas y Astrid habían quedado a las seis de la tarde frente al bistró la Betana. Pensó que sería un lugar tranquilo para conversar y ponerse al día. Tantos años sin verse requería una velada tan larga como el tiempo que tardarías en ir y volver a Plutón.
Lucas, en cuanto giró por el callejón que lleva directamente a la plaza, la vio allí, de pie, con la mano pegada a la oreja.
—¿Le dolerán los oídos? ¡Ah, no! Seré bobo. No me había fijado que estaba escuchando un mensaje del móvil.
Justo en frente de la puerta, se dieron un abrazo de esos que se entregan más con el alma que con los brazos. Esos abrazos que transpiran emociones incontroladas, recuerdos lejanos, amistades aletargadas. Esos abrazos que podrían llegar a fundir una columna de hielo.
La primera parte de la velada estuvo enfocada en el humano que los había presentado. Recordaban anécdotas más dolorosas que alegres.
Nunca he entendido por qué cuando uno ya no está hay que hablar bien de él o ella. Si no fue exactamente tan buena gente, deberíamos atrevernos a vaciar esa presión que circula por nuestras entrañas. Es más, creo que es muy saludable vaciar.
Está claro que también se habló de cosas buenas, pero no hay que olvidar que santos hay pocos.
Intentaban por todos los medios concretar fechas, momentos en los que ocurrieron cosas importantes o no tanto, pero las lagunas que se fabrican en las mentes, complicaba un poco escribir una cronología razonable.
Hubo merienda, cena y una conversación larga y profunda que se extendió más allá de la medianoche.
Lucas y Astrid tenían muchas cosas que contarse. Daba la sensación de que estaban realizando una prueba a contrarreloj y sin embargo se lo tomaron (bendito oxímoron) con una calma exquisita.
Otro día, volverán a quedar y seguirán justo en el punto que, por cansancio o porque iban a cerrar la carretera, se les agotó la saliva.