Esta tarde he tenido que cambiar de planes dos veces, lo que no es nada sorprendente. Normalmente, cambio más de planes que de calcetines.
A una hora prudente, me estaba poniendo el calzado de montaña para hacer mi habitual paseo por las cercanías de casa.
Con esto de las mascarillas, hace mucho que ya no voy hasta Calella. Todos mis recorridos son por la montaña, así no he de ponerme la tan engorrosa pieza que me tapa la nariz.
Cuando llegaba la hora prudente, sobre las 19 h, se ha puesto a llover un huevo. Me he descalzado otra vez para pasar a mi estado habitual: unos zuecos de plástico barato que compré hace mil años en el Carrefour de Figueres.
Suerte que salí el sábado de excursión por partida doble; moto y caminata por la montaña, he pensado. Pero, al cabo de diez minutos, si llega, ha salido un sol despampanante y me he vuelto a poner las zapatillas de montaña.
Ya que no hacía ni quince minutos que había parado la lluvia, he pensado en hacer la ruta corta. Subir por detrás del Sorli, por el sendero selva que te lleva hasta la cima. Cruzar la autopista por el puente, tomar el camino de la derecha, bordeando la montaña hasta abajo y vuelta por la cuesta que cuesta.
Por el camino de carro, que es como lo llamo, me he encontrado un caracol que estaba cruzando, transversalmente, por delante de mí. En seguida he pensado que sería bueno sacarlo del medio, no fuera que otra persona sin tantos miramientos como yo, sin querer, lo chafara.
Ya me ves, arrodillado delante del caracol, estudiando qué ruta sería la más adecuada para él. Si hacia el terraplen o hacia el sendero.
Lo he cogido con mucho cuidado para que no se asustara y al darle la vuelta, he visto que llevaba enganchado en su parte motriz, unas hierbas y un palo que, posiblemente, se lo habría encontrado un rato antes.
Le he liberado de las brozas o al menos eso he pensado. Lo he colocado en el lado del sendero, apartado del medio del camino que es donde me lo había encontrado y me he quedado más tranquilo porque estaba seguro de que nadie (se supone) lo chafaría sin querer.
Por un momento, me ha venido a la cabeza, un pensamiento bastante raro. —¿Y si este caracol, en otra vida, hubiese sido un lama tibetano? Me he preguntado en menos de un minuto.
No tengo ni idea de si habría sido un lama tibetano o simplemente ha sido caracol toda su vida. Lo que sé es que, muy probablemente, le he alargado más su destino, sacándolo del medio del camino de carro, que es como lo llamo, para que otro humano o humana, quizás menos sentimental y paranoico que yo, lo hubiese chafado y sin darle la más mínima importancia, hubiese seguido su camino.
Si en otra vida fue un lama tibetano, en esta al menos, se ha encontrado con un tipo que ni siquiera mata a las arañas que tiene viviendo en su cocina, sin que las persiga para que paguen el alquiler.