Capadocia.d1

Primer día

Después de cinco horas de estar perdido en el desierto, por fin llegó Lucas a casa del ermitaño huraño. Jonás lo esperaba junto a su hija Sarah, a la entrada de su humilde casa excavada en la roca viva, para explicarle el programa que seguirían los próximos días.

Nota: de humilde casa nada. Ya le gustaría a más de uno tener ese pedazo de cueva, con una temperatura interior de veinte grados todo el año. Eso sí, en el exterior hacía un calor insoportable, pero solo saldrían por la noche para contemplar el espectáculo de la lluvia de estrellas que, en esa zona del planeta, es una maravilla, gracias a que no hay contaminación lumínica.

Lucas no sabía nada de Sarah. En los quince emails que se cruzó con Jonas, nunca le mencionó que tenía una hija. —Nunca me lo preguntaste, —le respondió Jonas con una sonrisa en el rostro—.

—¿Por qué te llaman el ermitaño huraño? Encuentro que eres un tipo normal, feliz, tranquilo.
—Estoy hasta los mismísimos de que la gente hable mal de mí y de mi hija. Que si no es mi hija y es otra cosa, que de dónde vine y por qué vivo así, que si esto y lo otro… Habladurías de la gente. Me tienen harto.

Te voy a contar una historia, Lucas.

Andrea, mi gran amor, murió un mes después de nacer Sarah. Yo era un hombre de éxito. Un trabajo de élite. Un buen coche, una buena casa, dinero en el banco. ¿Para qué?

Llevábamos demasiado tiempo buscando una criatura. Andrea no se quedaba embarazada. Tenía, creo, los folículos un poco vagos y tuvimos que acudir a un centro de reproducción asistida, el más importante de Alejandría.

Después de numerosas pruebas e intervenciones, consiguieron que Andrea quedara en cinta. Todo iba según lo previsto, todo menos un pequeño detalle que se les pasó por alto. La inyección de hormonas sintéticas que le inocularon estaba en periodo de pruebas. Los casos de éxito solo existían sobre el papel. Nos engañaron a todos como a bobos.

Eso se descubrió dos meses después de su muerte. Parece ser que la placenta había «adoptado» a un virus letal, invisible a toda prueba, indetectable. Los médicos que la monitorearon no tenían ni idea de qué puñetas había pasado.

Después de ese duro golpe, decidí donar casi todo mi patrimonio al centro de células madre de Stefano Ferrari, de Módena, para que investigaran nuestro caso, con la intención de que no vuelva a ocurrir nunca más.

Y aquí me tienes, mi buen amigo, aquí perdido en medio de la nada con mi hija. La semana que viene cumplirá dieciocho años y el año que viene, si todo va según lo previsto, entrará en el colegio superior.

Aunque te parezca que estamos totalmente aislados, le he facilitado todo tipo de información. Está mucho más preparada en estudios que la mayoría de muchachos de su edad.

Lucas alucinó como nunca lo había hecho. Pensaba encontrarse con un haraposo ermitaño de cabellos largos y sucios y nada más lejos de la realidad. Jonas seguía teniendo el aspecto de un JASP, pero entrado en años. Un tipo culto, espabilado, un gran gentleman. Le recordaba un poco a un suizo que conoció años atrás, cuando estuvo de viaje por Basilea, pero eso es otra historia.

No tengo más información de mi amigo. Tendrás que esperarte algunos días para seguir leyendo sus aventuras por la Capadocia.

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