Lo que da de sí escribir un libro

Por suerte, siempre que puede, guarda en una cajita los dineros que va recogiendo de una venta, de un masaje o por hacer algún apaño aquí o allá.

El último libro que ha escrito le ha generado cuantiosos ingresos. Tuvo la suerte de recuperar la inversión con suficiente margen para no ponerse nervioso.

No es muy refranero, pero el que reza «éramos pocos y parió la abuela», hoy le ha quedado como anillo al dedo.

Hace una semana que tiene la casa patas arriba. Los técnicos en humedades y otras hierbas están trabajando para que deje de crecer, en el techo de la cocina, el musgo y esos hongos tan perjudiciales para la salud.

Hoy tocaba enmasillar y pintar el techo. La obra ya estaba en la recta final. Unas cuantas horas y daban por finalizada la restauración de un techo que llevaba estropeado casi un año.

Volviendo al refrán, Lucas, como cada mañana, se estaba preparando el café para enfrentarse al mundo con una cierta elegancia. Además hoy tiene clase de piano y por la tarde la famosa entrevista con la editorial.

Resulta que mientras se tomaba el café escuchaba cómo llovía. El sonido del agua cayendo al suelo suavemente, si estás bajo techo, es maravilloso y relajante.

¡A ver, a ver! ¿Está haciendo sol y llueve? Tampoco es nada raro. No será la primera vez que pasa, -pensaba Lucas mientras tomaba el café-.

Salió a la terraza y comprobó que no llovía. ¿Entonces, qué puñetas pasaba?

Desde la parte superior del calentador salía agua en abundancia. Lo primero que hizo fue mirar al desagüe que colocaron la semana anterior. El tubo estaba completamente seco.

¡Me cagüen too lo que se menea! Un sinfín de improperios salieron de su boca en cero coma.

Ya lo ves agarrando cubos y palanganas para recoger el desastre. En la galería había cemento, yeso y otros productos que los técnicos dejaron el viernes por no bajarlo hasta la furgoneta.

Casi un dedo de agua se deslizaba por debajo de la lavadora. Esa mente privilegiada que tiene Lucas debajo de los pelos le sirvió para que pensara en desconectar el calentador, la lavadora y cerrar la llave de paso del agua.

Cuando viniesen los técnicos les explicaría la catástrofe y actuarían en consecuencia.

Una llamada del jefe apaciguó al grupo de humanos que se habían reunido entre la cocina y la galería. —Ok, de acuerdo, —comentaba uno de ellos.

Lucas fue a su alcoba a buscar los dineros que había recaudado de la venta de libros y, aunque un poco alicaído y atribulado, le entregó el sobre al operario para que fuese a comprar el calentador nuevo.

Todo está en orden de marcha, montado, equilibrado, pero sin el sobre que tan ricamente había reservado para otros menesteres.

De todas maneras, mejor eso que bajar corriendo al banco y sacar unos dineros que podrían servir para otras cosas.

Así que si no se rompe nada más, tendremos techo nuevo libre de musgo y hongos venenosos y, sobretodo, un calentador recién colocado con cincuenta litros de capacidad que en invierno y sin sequía, esperemos, irá de perlas.

1 comentario en “Lo que da de sí escribir un libro”

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