To throw or not to throw…

…Esa es la cuestión

Aunque su horario no es excesivamente extremo, trabajar en la calle de noche, tiene algunos inconvenientes. Por ejemplo, si le entran ganas de miccionar (mear, para los de la LOGSE), o lo hace en plena naturaleza o busca un baño en alguna de las gasolineras que están abiertas las veinticuatro horas.

Si se trata de temas mayores, con lo maniático que es, lo tiene fatal. Así que, lo mejor que puede hacer es encomendarse a San Peder y no hacer grandes esfuerzos. Cuando llegue a casa, a las tantas de la noche, se sentirá a salvo.

La madrugada del lunes al martes, llegó a casa alrededor de las cuatro. Venía apurado del trabajo y decidió volver por la autopista a todo lo que da su moto, respetando, en todo momento, las normas de circulación.

El decorado previo al suceso, que es mejor obviar, parecía una de esas escenas pseudo-eróticas que aparecen en las películas de rollos inmediatos. Dos humanos se conocen en un bar de copas, se cruzan tres o cuatro frases y en la escena siguiente te los encuentras en un motel de tres al cuarto o en el apartamento de alguno de ellos, con la ropa por el suelo, en grupos de dos o tres prendas armoniosamente colocadas en dirección a la alcoba o a la cocina, dependiendo de los gustos del director… Pero esta escena es bastante diferente a lo que me contó Lucas al día siguiente.

En cuanto abrió la puerta de su casa, entró en el reino de los cielos. Allí le estaban esperando cinco duendes con la capucha morada (los de la capucha verde están para otros menesteres), en estado de alerta, para ayudarle con los movimientos precisos que iba a realizar.

Esta vez se salvó por los pelos. En ningún momento dejó un rastro orgánico, como haría en su cuento, Pulgarcito, con las dichosas migas de pan. En esta ocasión no había pan, ni un camino que desandar. Esta vez y gracias a la pericia del conductor, todo quedó en un susto.

Una vez resuelto el «cristo», Lucas dudó un instante. —¿Qué hago? ¿Tiro de la cadena o me espero hasta mañana? Más que pensar en él, se puso en el lugar de los vecinos que, seguramente, estarían en el séptimo cielo, nirvana o como porras se denomine.

En décimas de segundo, una inspiración divina cruzó su mente y su cuerpo. Justo en ese instante, se dejó aconsejar por la voz interior de Saint Wather, que utiliza la cisterna del inodoro para comunicarse con los humanos. Apretó el botón rojo y esperó al borrado de toda huella, pero el agua no acababa de llenar la cisterna y descubrió que a veces no llueve a gusto de todos.

Tengo que ausentarme por una media hora. Mi reunión con el Sr. Roca está a punto de comenzar y, como ya deberías saber, no se puede llegar tarde a una cita tan importante.

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