Si te gusta el silencio en vez del barullo, estoy seguro de que no te encontraré en medio de un embotellamiento o en un partido de fútbol donde se amontonan más de cincuenta mil humanos en un recinto de dimensiones X. Si te gusta la paz y disfrutar del sonido de tu propia respiración, no te meterás en esas salas de fiesta en las que, además de no oír tus propias palabras cuando te diriges a otro humano, no escucharás ni por asomo, las suyas. Tendrás la sensación de ser uno de los protagonistas de una película de los años veinte, esas del cine mudo. Te encontrarás frente a frente con otro humano o humana y pensarás: —¿me habré vuelto sordo de repente?
Me encanta el silencio. Mi silencio. No tengo ni miro la televisión. Por suerte, tampoco escucho la de los vecinos, como pasaba, antiguamente, en el otro piso. Las paredes parecían de papel de fumar. Creo que les llaman tabiques. Parecía como si la televisión, con la vecina incluida, estuviesen instalados en la sala de mi casa. Era un horror. En más de una ocasión tuve que ir de urgencias a que me pusieran hielo en los nudillos, de tantas hostias que le di a la pared. Pero la mujer estaba sorda como una tapia y no como un tabique. Por suerte, esos tiempos pasaron a la historia. De momento, en el edificio donde resido actualmente no hay ningún mega sordo.
Qué decir de los petardos de las fiestas populares. Soy un gran defensor de los animales. Cuando llegan estas fechas tan señaladas, aunque se escondan debajo de la cama o detrás del armario, los petardos les afectan diez veces más que a nosotros. Su oído es muy sensible y a los cabronazos de los tiradores de petardos les importa un bledo que este perrín o aquel gato estén cagados de miedo. Ellos a lo suyo.
Si te gusta disfrutar del silencio, tampoco te encontraré en un circuito de Fórmula I, ni II, ni otras tantas. O en la pista de aterrizaje del aeropuerto de turno. Me he fijado que los operarios que están a pie de pista, acostumbran a llevar en las orejas unos cascos de seguridad, para que los tímpanos no se les espachurren.
En las guerras debe ser horroroso escuchar el ruido atronador de las bombas o los misiles. Solo de pensarlo me da mareo. Sé que la guerra de Ucrania aún está encendida. Espero que esta y otras tantas que están en marcha en estos momentos, en el mundo civilizado, se apaguen o se agoten lo antes posible. Deseo con toda la fuerza del universo que se queden sin dinero para comprar más munición ni armamento pesado.
También entiendo como barullo este ruido ensordecedor que sale de las gargantas de unos humanos amotinados en la azotea del edificio Arenas de Barcelona. Supuestamente, son profesionales, gente con estudios, que si tuviesen la delicadeza de hablar la mitad de alto de lo que escuché ayer, estoy convencido de que seguramente no tendrían que levantar todos el tono de voz. Es muy probable que si así lo hicieran, no tendrían problema de cuerdas vocales, de irritación de garganta o simplemente no gastarían tanta saliva y por supuesto la misma cantidad de energía. La que se precisa para que el tipo que tienes a tan solo sesenta y tres centímetros de distancia, se enterase a la primera de qué coño le estás hablando. Ni tú te reventarías la garganta, ni el/la humano/a te preguntaría siete veces la misma frase.
Ayer, se me ocurrió grabar durante un ratito, el barullo que propiciaron unas trescientas personas en la remodelada plaza de las Arenas de Barcelona, que se reunieron para el evento de Microsoft. Remodelada porque, gracias a la intervención divina, pasó de ser un circo romano en el que se sacrificaban seres vivos, a un circo lleno de showrooms, en el que se sacrifican o dilapidan los dineros de otros seres humanos.
Espero que os percatéis del barullo.