Asiento prohibido

Hoy tocaba revisión del Sintron, en el ambulatorio, a las 11:28 a.m. Son las 11:25 a.m. y te has dado cuenta de la hora mientras ibas camino del baño, para colocarte las lentillas a toda prisa. En la encimera de la cocina hay un reloj con los números en rojo, bien grandes, para verlos incluso de noche.

Sales de casa, escopeteado, a las 11:27 a.m. Al final, con las prisas, has preferido agarrar las gafas. Menos problemas, aunque cuando llegues al ambulatorio y te coloques la mascarilla, seguro que se te empañan los cristales.

Has atravesado las puertas automáticas a las 11:34 a.m. Suerte que el CAP queda relativamente cerca de casa. Será un momento; piensas para adentro. ¡Y un cuerno! Como de costumbre, hoy también van con retraso. Últimamente, tienen demasiado trabajo como para cumplir con esas horas tan originales.

Subes a la primera planta. Tu consulta está en la puerta número 3. Solo hay un chico esperando, pero deduces, por su ubicación, que irá a otra consulta. Al pensar que solo será cuestión de minutos, decides quedarte de pie. Miras por la ventana. La calle está poco concurrida. Son las 11:50 a.m. y nadie te ha avisado por megafonía. De hecho, nunca lo hacen.

El consultorio es tan pequeño que es el propio facultativo el que asoma la cabeza por el dintel de la puerta y te hace la señal de que ya puedes entrar. Durante un buen rato, nadie asoma la cabeza. Sigues esperando. Decides sentarte porque te da la impresión de que va para largo.

Instalas el culo en el primer asiento libre que encuentras. De hecho, todos están libres menos el que está utilizando el muchacho que viste al entrar. Le comenta a una señora que tiene número para la vacuna de la gripe, que lleva una hora esperando. ¡Una hora! Tus planes se van a la porra. Habías decidido salir con la bici por la montaña. Últimamente te estás comportando. En días alternos sales a pedalear un rato. Llevas un buen ritmo. 14, 16, 15 o 17 kilómetros en cada salida. Para ti, es toda una proeza.

Bueno, pues… te has sentado en el primer banco que estaba vacío. Notas un «qué sé yo» un poco raro. Cierta incomodidad. Sabemos que los asientos de los ambulatorios son bastante incómodos, pero la cuestión es que tu cuerpo se siente bastante extraño; inquieto; nervioso.

No han pasado ni dos minutos desde que te parapetaste en el banco que está más cerca de la puerta número 3, que es cuando te das cuenta de que es un asiento prohibido. Esos que tienen enganchada una franja azul y roja con un signo de prohibición enorme, que se ve de lejos, incluso para los que no llevan gafas. Tu culo lo rechaza. Se siente y se sienta extraño.

Te cambias de lugar porque no sabes si el propio asiento te dará una patada en el culo para que te largues de allí o te engullirá como lo hizo la última vez con aquel muchacho pelirrojo que apareció, por arte de magia, en el ambulatorio de Lope de Vega, en Barcelona.

Un pajarito me dijo una vez que estos asientos están interconectados y envían gente de un lado a otro, como quien no quiere la cosa.

El próximo día, me quedaré de pie por si acaso y observaré si estos asientos le hacen algo a las personas que, como yo, esperan su turno para ser visitados en el CAP.

Asiento prohibido

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