Siempre habías creído que esas cajas gigantes con tapa, que están agrupadas como una escuadrilla de combate, en casi todas las zonas de tu ciudad, eran meros objetos sin vida.
Cajas llenas de sorpresas de procedencias diversas, incluso de orígenes desconocidos que han tomado vida propia.
Esta última noche, te diste cuenta de que son como fantasmas que gravitan en la oscuridad del cielo; observándote desde su atalaya privada, al acecho, preparadas para hacerte una encerrona en cuanto bajas la guardia.
Acostumbrado a moverte entre las dunas, peinando suavemente la superficie de los millones de brillantes granitos que reposan junto al mar, no habrías podido imaginar, ni por un momento, que, allá, tierra adentro, te esperaban, armados hasta los dientes, esos cubículos capaces de elevarse por encima de tu cabeza e irrumpir en ese cielo oscuro de la noche, lejos de tus cálidas arenas.
Suerte que no estabas sólo. Suerte que tu compañero tenía toda la experiencia en el terreno abierto; en los combates cuerpo a cuerpo, para ofrecerte la máxima seguridad; para que una noche más, volvieras a casa sano y salvo.
A partir de ahora, ya no volverás a observar a estos cubículos con los mismos ojos. Con la mirada de un aprendiz de escudero.