Buscar aparcamiento en el pueblo, cuando se van acercando las vacaciones de verano, se convierte en una prueba de concurso de aventuras.
¿Dispones de dos minutos para encontrar la llave que abre el arcón del tesoro?
¡Y una mierda como una olla!
Llegas a las 04:30 a.m. El recorrido en busca del hueco perdido es casi siempre el mismo. Recorres Garrofers. Un par o tres de agujeros, pero te arriesgas y sigues adelante. Subes por Fragata. Nada de nada.
Das la vuelta.
¡Mierda!
Deshaces el camino. Vuelves a Garrofers.
En este no cabes. ¡Si hubiera aparcado más pegado al otro!
En este parece que sí. Aparcas.
¡Menos da una piedra! Estás a tomar por saco, pero es lo que hay.
Regresas a casa caminando despacio, contemplando la nada y escuchando el sonido del mar que está allí abajo.
Te cruzas con la patrulla. Saludas con la mano.
Tus pies, cansados, te arrastran en dirección a casa.
La jornada ha sido parecida a la anterior y a la anterior y así, hasta el infinito, pero hacia atrás.
Prefieres eso que no tener nada.
Antes de iniciar el último repechón, una escena de thriller se presenta ante tus narices.
Los ingredientes son una furgoneta negra y tres adolescentes de entre catorce y dieciséis. ¡A las 04:40 a.m.!
De la furgoneta oyes una frase: ¡Ey, guapas!
Las chicas, que estaban en la esquina, salen pitando hacia… ¡Ostras! Hacia tu portería.
Has girado la esquina. Te quedan diez metros para entrar.
Metes la llave en la cerradura, abres la luz y las tres chicas, como si llevaran un muelle en el culo, pegan un salto.
Las tres, al unísono, dicen lo mismo.
Les preguntas qué pasa y te cuentan que se asustaron por lo que les dijeron los de la furgoneta.
No es de extrañar. El mundo está muy estropeado y la gente más.
Una de ellas es de tu bloque y tú sin saberlo.
Las otras dos viven en el centro, pero no se atreven a bajar solas.
Aunque tienes más sueño que hambre, te ofreces voluntario a acompañarlas hasta su casa.
De camino, las crías van hablando de sus cosas. Intervienes con alguna frase.
Venían de una discoteca de Mataró.
¡Muchas gracias por acompañarnos!, te dice la más alta.
De vuelta a casa, la que vive en tu mismo bloque, te va contando cosas.
¡Muchas gracias por habernos acompañado!, repite tu vecina.
De nada, le respondes.
Por fin en casa.
Un pensamiento fugaz recorre la parte del cerebro que aún permanece despierto. Si hubieras encontrado aparcamiento a la primera, no habrías hecho de héroe nocturno.
Era tu misión.
Estos dias estoy pensando mucho en la importancia de generar tribu. La tribu nos sostiene, nos cuida, nos acompaña, nos ayuda en momentos de necesidad. Pienso que generar tribu en una localidad pequeña puede ser más fácil, estamos más cerca, somos menos y permite que podamos reconocernos. Yo quiero en mi tribu gente como tu; una de esas personas dispuestas a ayudar!
Al menos has conocido a tu vecina, eso ya es mucho en esta sociedad tan individualista.
Te saludará cuando te vea y sabrá que eres una buena persona.