El microscriptor no se refiere a los de luz, de tráfico o simplemente a los típicos cortes que te pueda hacer otro humano. Se trata de los que hacen pupa, daño, en definitiva, esos que te hacen sangrar.
¡Cuidado con los cortes!, le recordaría hace tiempo el doctor cuando le recetó, para siempre, el Sintron. Como que Lucas no tiene remedio [—eres un irresponsable, —le dijo Eva hace poco—], cada día, a las seis de la tarde, le suena una alarma cuyo título es Sintronison, una palabra divertida para un medicamento con sabor a yeso.
El Sintron diluye la sangre para que no se generen (en teoría) trombos. Esos sí que hacen pupa y no un miserable corte en el dedo meñique de la mano izquierda.
Ayer tuvo la brillante idea de pasarle un manguerazo al auto heredado. El hecho de permanecer casi todo el tiempo aparcado en un campo cercano a casa (lo mueve cada dos días), hace que acumule mucho polvo. Tiene más mierda que el palo de un gallinero o más concretamente, que la zona exterior del lavadero.
Justo a la entrada, en el suelo rugoso, existe un microcosmos formado por infinidad de partículas de «millones de cosas». Diminutos trozos de vidrio, restos de basura, de orgánica, bichos microscópicos que deambulan por el lugar, etc.
Aunque el responsable tiene el lavadero como si se tratara de un quirófano, las cercanías a este no pasan por los mismos protocolos de higiene, seguridad y otras hierbas.
Lucas agarró la manguera de seis centímetros de diámetro con un aspersor de alta velocidad y le dio un cuarto de vuelta a la llave del grifo. Empezaba la operación «limpieza del desierto». De la línea que separa el «quirófano» del exterior, la chorreada de agua fue de perlas.
¡Eh, amigo! Cuando le tocó el turno a la trasera del auto, Lucas agarró la manguera y con un fuerte tirón, parecido a los que se ejecutan en un entrenamiento de Cross-Fit, acabó él, su rodilla, el aspersor y una media de ocho palabrotas que salieron escopeteadas en cuatro segundos, por el suelo. Había tocado fondo. El piso se parecía más a una pista de patinaje sobre hielo que a una zona de seguridad antideslizante.
Resultado: un buen corte a la altura del segundo metacarpo del dedo meñique y sangrando por un tubo. Suerte que, a pesar de ser un irresponsable, tuvo la idea de levantar la mano como si estuviera pidiendo un taxi. Aprovechando la potencia del chorro de agua, se aclaró bien la herida para arrancarse del corte cualquier broza, cristal o mierda y le pidió a Basilio si le podía echar un cable con las tiritas.
—Se nota que tengo una hija pequeña, ¿verdad? —le comentó Basilio—.
—Por supuesto. Lo has hecho a la perfección. Muchas gracias. —le respondió Lucas—.
Ya, en casa, se lavó bien las manos. Se puso de nuevo alcohol y se quitó un pequeño fragmento de metralla que tenía incrustado en la parte baja de la uña.
Moraleja: más vale polvo que mal sangrado.
¿Sabes algo de cómo está ahora Lucas?
Moraleja: (un barrio de Madrid) si el polvo del coche quitas con esmero, un resbalón te puede rajar un dedo.