Los expertos en salidas nocturnas recomiendan que si vas de whisky, no te cambies, en algún momento de la noche, al vodka. Si vas de ron, no pases al anís. Ya no te cuento qué pasa si el salto del limoncello lo haces con la ratafía. Las mezclas no son nada buenas.
Otro tipo de expertos cuentan que el problema en sí no está en la mezcla, sino en el hielo. Parece ser que el agua helada tiene unas propiedades estrambóticas que te pueden producir alucinaciones. Así que, es mucho mejor tomar los alcoholes a palo seco que atreverse con las mezclas de diferentes hielos.
Hazme caso. Te lo dice un esquimal, experto en distinguir más de treinta tonalidades de nieve y, por lo tanto, de hielo.
Quizás, te preguntes qué tiene que ver el alcohol con la saliva. Esta combinación se puede clasificar en el grupo de los #cmaimsp. Cuanto más alcohol ingieres, más saliva produces. La saliva es como un lubricante. Ayuda a que la lengua no pase del estado esponjoso al de corcho. Según un estudio, realizado por la universidad de Cambridge, se ha podido comprobar que cuanto más alcohol ingieres, la lengua cambia de estado. Pasa de alegre y dicharachera, suelta y vivaracha, a convertirse en un trozo de corcho de los del «Todo a cien». Cada vez pesa más y según avanza la noche, se va deteriorando como la goma de un limpiaparabrisas. Hay una tabla que relaciona ingesta (en litros) con peso (kilos). Se ha llegado a localizar lenguas de ocho kilos en la boca de un bilbaíno.
Parece ser que este tipo entró en el libro Guinness, batiendo su propio récord. En una noche serena de julio, concretamente, la noche siguiente al encierro de la paloma, se bebió doce litros de diferentes alcoholes. En un control de la Ertzaintza, a la salida de un puticlub muy frecuentado por altos cargos de #nohablonienpresenciademiabogado, le preguntaron si había bebido. Patxi, el bilbaíno, les respondió muy respetuosamente: asdfiaidofoaeññasd feafddsald. Lo dejaron pasar porque no se pudo comprobar si era alérgico a las almendras saladas que en La conejita discreta acostumbran a ofrecer a sus clientes. No habían visto nunca una lengua de ocho kilos.
Ya que Patxi es un tipo sensato, decidió dejar aparcado el camión en el descampado que hay detrás de la conejita y pidió un taxi. —Por favor, ¿podrasdadfasdñfk acercñasdjfasd al aeroñsdfooiojil? Aitor, el taxista, de hecho, uno de sus seis hermanos, le respondió: okasdfkjakdjfwe. Sin querer, de su boca cayó un hilo de saliva que fue a parar al cigarrillo a medio apagar que había tirado al suelo Patxi.
Al lugar del siniestro acudieron tres dotaciones de bomberos, dos ambulancias y cuatro patrullas de la Ertzaintza. Una de ellas, era la que, diez minutos antes, no le hizo la prueba del alcohol porque creyó que se había intoxicado con las almendras de La conejita discreta.