Mañana hará una semana que Lucas empezó una dieta monitoreada por una profesional de la nutrición.
El objetivo principal es entrar con dignidad en el traje de moto y no morir en el intento.
Cuando lo adquirió, no tuvo la perspicacia de verse en un futuro cercano ante un más que asegurado engorde. El patinazo, tres semanas después, estaba cantado. Ni con vaselina.
Con la intención de adelgazar, como mínimo diez kilos, Lucas lo volverá a probar. Si no entra de aquí a tres meses en el «pesado» traje, tendrá que venderlo o si las cosas empeoran, regalarlo porque después de numerosos intentos por colocárselo a un humano muuucho más delgado que él, no ha sido posible y ya va faltando sitio en el armario.
El hecho de razonar con los pies en vez de usar la cabeza, hace que tome decisiones rocambolescas que cuestan dinero. No solo por cagarla comprando un traje que está más cerca de la talla de Olivia, la novia de Popeye, sino por haber contratado, además, los servicios de la nutricionista.
¡Con lo fácil que habría sido dejar de comer un par de meses!
También es cierto que si dejas de comer tanto tiempo es probable que no puedas conducir una moto. La falta de riego sanguíneo en la cabeza provocaría más de un disgusto y meterse una hostia no está bien visto.
Si no fallan los cálculos, para finales de julio y ya con vistas al futuro, la idea de la profesional es que Lucas, no solo pierda esos diez fastidiosos kilos, sino que nunca más los recupere. La educación en la forma de alimentarse es vital para que esto no suceda.
No sé si poner un par de cirios a Santa Rita de Càssia, la virgen de los casos imposibles o confiar en esa dieta milagrosa que, por otra parte, no tiene nada de especial. Quiero decir que no estamos hablando de productos hiperaros tan difíciles de encontrar. No.
Se trata de comida normal y saludable, pero sin llegar a atracarse. Esa es la cuestión.
Por el momento, tenemos el traje colgado en la percha metálica a la espera de poderlo usar con la máxima dignidad y sin tener que recurrir a la apnea.