¿Por qué hacemos esos comentarios o preguntas tan absurdas?
Si ya empiezas así el relato, quizás no entienda lo que pretendes decir.
Fíjate que la primera frase, en sí, ya es absurda.
Entra Luís en casa. Su madre está en la cocina preparando un guiso de los que quitan el hipo.
—¿Ya has llegado, Luís?
—No mamá, soy un holograma.
Te encuentras con Braulio en el kiosko* de la esquina. Coincides con él dos veces al mes.
—¡Ey Braulio! ¿Qué tal estás?
—Vamos haciendo. Me opero la semana que viene.
—¡Anda! No sabía que eras cirujano.
¡Cómo pasa el tiempo! Recuerdo cuando éramos jóvenes. Todos los días bajábamos a jugar a la calle, al descampado que quedaba detrás del bloque. No pasaba ni un coche. Ahora ni descampado ni nada. Los críos ya no salen a jugar. Se quedan en casa con la Play.
A ver, a ver, hay algo de la frase anterior que no me cuadra. Diría que los coches no circulan por un descampado. Entonces, ¿por qué has escrito que no pasaba ni un coche? No te entiendo.
Hace más de seis años que pintaste la casa. Al ser un poco rompetechos, has preferido contratar a un profesional.
Te cruzas con la vecina frente a tu puerta, esa que mete medio cuerpo en tu recibidor aunque no quieras.
—¡Qué, pintando la casa!
—No, qué va. Es que me gusta coleccionar potes de pintura. ¡Ves! Aquí hay tres y… sí, sí, entra, total ya estabas en medio del pasillo, y aquí hay dos más. ¿Qué te parece?
También me rondan preguntas surrealistas. Esas que te dejan pensando un montón de rato y que no acabas de entender cómo puede ser que una persona bastante culta, se atreva a decirte que dónde has escondido toda esa pasta. Aquí prefiero no entrar en detalles por un tema de secreto de sumario, pero ya les vale.
Al final de todas las sumas y restas, la diferencia es de cuarenta y dos euros. En fin.
Ahora no se me ocurren más disparates. Tengo la cabeza embotada entre el olor a pintura, el disolvente y por estar sumando y restando esta tarde para sacar una diferencia de 42 euros.