Las nuevas tecnologías te permiten reservar hora en la pelu aunque estés a doscientos kilómetros de distancia. Eso le pasó a Lucas el jueves por la tarde. Estaba de vacaciones. Era su semana blanca, pero necesitaba recortarse esos pelos de loco que acostumbra a llevar.
Es un usuario de casco. Lo utiliza para ir en moto, en bici y sobre todo, para esquiar. Aparte de protegerle del frío, es un buen aliado contra las ramas y posibles hostias imprevisibles.
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—Hola, soy Lucas. ¿Cómo lo tendrías para recortarme los pelos de loco? Me iría bien el sábado por la mañana. Tengo una reunión importante por la tarde y me gustaría ir algo decente.
—¿Te va bien a las 9:00 h?
—Ups. Perdona. He mirado mal la agenda. ¿Te va bien a las 11:30 h?
—Perfecto. Nos vemos allí. Gracias.
Esta mañana, antes de salir de casa, Lucas ha puesto una lavadora. Hacía solete y ha pensado que sería un buen momento para hacer la colada.
—No tengo ni idea del tiempo que hará mañana. Así que pondré una lavadora. Es probable que no acabe antes de las doce. Si no, ya la tenderé cuando vuelva de la pelu.
Lucas tiene la costumbre de llegar un poco antes. Eran las 11:20 h. No le gusta llegar tarde a las citas. A ningún tipo de encuentro. Prefiere esperar.
—¡Hola Lucas! No tardamos mucho. Toma asiento.
Por su profesión, tiene la costumbre de quedarse con todos los detalles.
Cuando ha entrado en la pelu, se ha fijado que había una mujer con la cabeza reclinada, en la zona de lavado. En seguida ha pensado: «Es como si la hubieran abandonado». La mujer no estaba atendida, si no tendida. Seguramente, le tocaba esperar su turno mientras Alice y Marta, las dos peluqueras, acababan con otros dos clientes.
—Después de Pedrito vas tu. Le comentaba Alice a Lucas que, justo en ese instante, observaba cómo entraban dos señoras en la pelu. Una empujaba la silla de ruedas en la que iba otra más mayor.
A Lucas le ha hecho gracia el comentario de la que empujaba. —Te esperas aquí, ¡vale! Voy a pagar a la tienda el pedido que hemos hecho antes y vuelvo en seguida. La mujer ha aparcado a su acompañante en una esquina de la sala de espera y se ha esfumado.
Durante la hora que ha permanecido Lucas en la pelu, la que empujaba no ha dado señales de vida.
Pobre señora. Aparcada como un patinete eléctrico en la sala de espera. ¡A ver si van a cerrar el establecimiento y la que empujaba no aparece!
La misma sensación de abandono ha atravesado su mente cuando ha mirado hacia la zona de lavado. La mujer que tenía apoyada la cabeza en la loza, seguía en la misma posición que cuando entró Lucas en la pelu, a las 11:20 h.
—Y si cierran la pelu, ¿se acordarán de que tienen a una clienta con los pelos remojados y la cabeza apoyada en la loza?
La mente de Lucas está siempre operativa. No puede o más bien, no sabe cómo pararla. Nunca descansa. Siempre está maquinando ideas.
—Ya era hora. Menos mal.
Mientras le cortaban los pelos de loco, se han acercado a la señora que tenía la cabeza apoyada en la loza y muy discretamente le han dicho: —Ya se puede levantar y sentarse allí.
Sorpresa.
Una vez que se ha instalado en la butaca de la izquierda, no se sabe cómo lo han hecho, pero en un abrir y cerrar de ojos, la señora que hacía poco tenía la cabeza apoyada en la loza, se encontraba de pie, frente a la caja registradora para pagar el servicio.
Al igual que Lucas, todos los demás le han deseado buena tarde y la señora que ya no tenía la cabeza apoyada en la loza se ha marchado.
Mientras todo eso ocurría, la mujer que empujaba la silla de ruedas seguía sin aparecer.
Lucas ha pensado que, al menos, ya no serían dos mujeres abandonadas sino solo una; la que iba en la silla de ruedas.
—¿Te gusta cómo te ha quedado el pelo? Le preguntaba Marta a Lucas mientras se frotaba los dedos con el fijador para practicarle un masaje capilar.
—Perfecto, como siempre. Muchas gracias.
Son las 12:40 h. ¿Seguirá aparcada en la sala de espera la señora que iba en la silla de ruedas?
Las vueltas que da la cabeza cuando tenemos tiempo solo de observar y no estar pegados de narices al móvil!