En un apartamento de setenta metros cuadrados viven dos gatos, una araña en el desagüe de la fregadera y un humano. Uno de los gatos ya venía en el pack del humano cuando vivían en otro lugar.
El segundo gato (gata), apareció un año después de estar conviviendo gato y humano en el apartamento de setenta metros.
La araña pidió permiso, seguramente, para instalarse en el desagüe. Es buena gente. No molesta.
De vez en cuando sale a tomar el fresco. Saluda al humano y se vuelve «pa dentro».
Los gatos (perseguidores de bichos) aún no se han dado cuenta de la existencia del ocho patas.
Juegan. Corretean por el apartamento de setenta metros cuadrados. Saltan por encima de los muebles o se esconden por debajo de las sillas.
El humano, de momento, ni salta ni se esconde. Aunque, a este paso, todo puede ocurrir.
Las reacciones humanas son sorprendentes.
El humano está a la espera de disponer de algunos días de fiesta para poner, otra vez, la rejilla de la barandilla y dejar que los gatos salgan a tomar el fresco, como lo hace la araña que vive en el desagüe de la fregadera.
Ya sabemos que un gato puede saltar tranquilamente más de tres metros de altura sin despeinarse. Así lo hacía el primero, cuando vivía con el humano, en la masía.
Creo que es una cuestión psicológica, no para los gatos, sino para el humano.
El gato observa que hay un impedimento que le permitiría saltar a la calle y no lo hace.
La gata es más atrevida. En alguna ocasión, el humano, la ha visto encaramada en la rejilla que la separa del abismo.
Un tono de voz más elevado que de costumbre hace que ésta pegue un bote y se baje al instante. Esperemos que el bote siempre sea hacia adentro.
La terraza (balcón agradecido) también forma parte del apartamento de setenta metros cuadrados en el que viven dos gatos, una araña y un humano que, de momento, ni salta ni se esconde por debajo de las sillas.
Aunque, todo puede ocurrir.