Todos los años, de una manera u otra, celebramos la pérdida de un ser próximo a nosotros. El padre, la madre, familiar directo o indirecto, una pareja, hermanos de sangre, amigos íntimos que se marcharon antes de tiempo por un accidente o fruto de una enfermedad.
Los de casa, cada año, procuramos celebrar el recuerdo de la matriarca de la familia. Una mujer genio y figura que marcó nuestro carácter para los restos. También celebramos el aniversario de nuestro querido padre, por supuesto.
El 6 de diciembre de 2013, nos dejaba una de las mujeres más fuertes que hemos conocido a lo largo de nuestra vida. Cierto es que tenía un carácter muy duro. No sabemos exactamente cuáles fueron los motivos por los que se le endureció la existencia, pero teniendo en cuenta que, como muchas otras madres, padeció las desgracias de la guerra civil, tampoco nos extrañaría que algún chip se le hubiese alterado para siempre.
Mujer de bandera, guapísima, inteligente, atrevida, decidida, madrina de guerra, escribiente en su época de exilio en un pueblecito de Valencia, al margen del horror de la guerra civil. Se sacó la carrera de enfermería gracias a un mecenas. Estudió humanidades. Inquieta, culta, pero con un carácter, a veces, del demonio. Si te ponía en su punto de mira, lo tenías claro. Te hacía una cruz y se acabó lo que se daba. Por otro lado, igual que nuestro padre, tenía un corazón que no le cabía en el pecho.
Cada año, si no se tuercen los acontecimientos, se celebra su partida. Se le adelantó Nelson Mandela. Decidió irse un día antes, solo un día. Posiblemente, ambos tomarían el bus que te lleva al cielo o al lugar donde residen las almas e intercambiaron algunas ideas. Seguro que sí.
Hoy, 6 de diciembre de 2023, lo hemos celebrado por partes. Cada uno de los miembros del clan lo ha hecho desde diferentes puntos del globo. Lo importante es seguir recordando. El recuerdo los mantiene con vida.